sábado, 6 de abril de 2013

De cómo vine y por qué me quedé en Barcelona



- ¿Cuánto tiempo piensa quedarse?
- 3 meses... más o menos.
- ¿Más o menos?
- Sí... igual me gusta y me quedo más, pensé.  pero no dije nada porque el treceavo derecho humano está prescrito.

Éste fue el díalogo que tuve con el director de aduanas que me miró con desconfianza y amablemente me hizo perder mi conexión a Barcelona.   
Igual aterricé en Barcelona, después de más de 12 horas de viaje y otras de espera. Traía 300 dólares en la cartera y un bebé de 6 meses en los brazos. 
Desde mi llegada. siempre he pensado que los noviembres son glaciales, porque así se me quedó el cuerpo cuando por fín decidí salir y familiarizarme con el cielo que había escogido para vivir.


Mi hijo, que había dormido durante más de 10 horas de vuelo, no sabía que le habían cambiado el aire, la tierra, el agua, que le habían asignado el destino al nacer.  Sus padres caprichosos y aventureros, lo habían dejado sin abuelos, sin montañas, en aras de un futuro sin violencia.

Violencia. Esa palabra que he escuchado tantas veces que ya perdió su sentido, pero que a través de los años he revaluado.  De hecho hoy  hablaba con otra colombiana y analizabamos esa violencia que llevamos dentro.  Quizas producto de nuestro origen, violaciones continuas y normalizadas de los colonos a los aborígenes. Historia pasada, poco documentada y olvidada.  Historia que ha dejado sembrada las semillas de lo que ahora es la historia de América.
Pero la violencia no está sola, se alimenta del miedo, del rencor y de la ignorancia.  Teniendo en la distancia esos ingredientes, mi caleidoscopio maniaco de lo aprendido iba dando unos visos muy extraños.

Corria a ser la primera en la fila del supermercado y no entendía porque la gente me miraba extrañada.
Miraba con recelo a todo aquel que se me acercaba y me sorprendía que no me dijeran piropos... que gente más extraña pensaba.  Pasaba las calles corriendo, aunque el semáforo estuviera en rojo.

Y lo peor de todo... cuando escuché que ETA, avisaba cuando ponía bombas, pensé ... ¿Qué sentido tiene avisar?
Si, esa palabra corria por mis venas. No me costó acostumbrarme a la tranquilidad de Barcelona, a caminar hasta altas horas de la noche tranquila por la calle,a sacar dinero de los cajeros sin mirar a todos lados. Y por su puesto no me costó acostumbrarme al mar... al precioso y azul mediterràneo.

Por otro lado, extrañaba regatear, pedir descuentos, rebaja y ñapa. A llegar puntual a las citas, a hablar en voz alta, a ir en metro y sólo ver oscuridad a través de sus ventanas y entonces así, a tener que mirar la gente que casi siempre tenía ojos de tristeza.
Ya no comparaba los precios de nada, me hubiera deprimido. Ya no comparaba nada, nada era comparable.  pero un caleidoscopio de sensaciones empezaba a construirse de mi.  Un efecto de luz que duraría muchos años en poder distinguir formas y colores.  Un caleidoscopio que hoy puedo sentarme y disfrutar, mientras contemplo el iluminado Tibidabo, frente a la ventana de mi salón.
    

No hay comentarios:

Publicar un comentario